... dentro de la torre de Babel

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sábado, 28 de enero de 2012

Born into one language, Urdu, I've made my life and work in another. Anyone who has crossed a language frontier will readily understand that such a journey involves a form of shape-shifting or self-translation. The change of language changes us. All languages permit slightly varying forms of thought, imagination and play. I find my tongue doing slightly different things with Urdu than I do "with", to borrow the title of a story by Hanif Kureishi, "your tongue down my throat". (Salman Rushdie).

Tengo un asunto pendiente: la (in)visibilidad del traductor. Aprovecharé este sitio para pensar en ello. No soy traductora así que he estudiado muy poca lingüística en mi vida aunque siempre todo lo que me rodeó ha estado de alguna manera envuelto e impregnado por diferentes idiomas. 

Mi campo son las ciencias sociales y dentro de ellas, las políticas. Allí se ha hecho claro hace tiempo que la imparcialidad no existe y que nunca existirá. Cualquier punto de vista está condicionado por un entorno social, histórico o ideológico. Por eso, siempre es bueno, o mejor, imprescindible saber cuanto más sobre el autor que estamos leyendo. Cada uno ha reescrito la misma historia a su manera. Debimos aprender hace mucho tiempo que los libros de texto para alumnos no reproducen fiel e imparcialmente la historia. 

Empezamos por el mismo tópico en otro campo: la traducción, como es comúnmente aceptado, debe ser fiel al texto original y tiene que - como norma - reproducir de manera legible la obra del autor teniendo en cuenta las peculiaridades de la lengua y, ampliamente, la cultura de la lengua objetivo. Y como norma (entendida aquí literalmente como un curso de acontecimientos y acciones generalmente aceptados como correctos, apropiados o adecuados, por la sociedad) la traducción es una domesticación lingüística de un texto, por regla general, inferior al original, a donde nos lleva el hilo de este razonamiento. El autor es visto como el actor más importante de esta relación, lo que consecuentemente transforma a la traducción en devaluación de su obra.  Normalmente, todo lo que sea fuera de esto, irrita a los autores, los lectores y los editores. El tópico es más que tópico en este sentido – es una regla muy firme dentro de una sociedad en la que la comunicación no es inmune a las transacciones económicas. Si un texto no se lee bien, en el sentido popularmente aceptado,  no se venderá, lo que perjudicará no solamente a la editorial que invirtió dinero en la traducción sino también al autor. 

Esa, de momento, es la realidad. Lo que hay detrás es un discurso completamente diferente. ¿Es este tipo de traducción verdaderamente inocente? Como dice Rushdie en el título de esta entrada “todo el que haya atravesado una frontera lingüística aprende fácilmente que este viaje implica una especie de cambio de forma o autotraducción”. Ni uno solo es capaz de trasladarse de un sistema a otro sin cambios, y eso que es una sola persona. ¿Es esta misma persona trasladada en otra cultura un “yo original” falsificado? 

Nadie es capaz de reproducir un texto idéntico en dos lenguas diferentes y, como nos propone el postmodernismo, cada traducción solamente puede significar una transformación interpretativa del texto original. No se nos puede olvidar que cada traducción supone una adaptación cultural y que es la comunicación misma la que finalmente le da sentido a un texto y por ende la neutralidad, en cualquier aspecto de la vida en la sociedad, es imposible. Siguiendo este camino nos preguntamos inevitablemente si no es entonces incluso peligrosa la invisibilidad del traductor. No solamente la literatura, también las traducciones se usaron a lo largo de la historia y se siguen usando para fines muy diferentes, entre los que podemos citar ideológicos, políticos o económicos. El autor y el lector dependen necesariamente de la traducción. No sería entonces lógico concluir que todos, y especialmente los lectores, tenemos derecho a saber quién es el traductor de lo que estamos leyendo. Que solamente así tendremos suficiente información sobre la obra final que tenemos entre la manos y la podremos ver de manera más completa. Ya que, como he dicho, la traducción, queramos o no, se ha convertido en una obra nueva y lo que tenemos entre las manos no deja de ser un original en el que participamos todos: el autor, el traductor y el lector (y, también, el financiador del trabajo).

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